domingo, 7 de noviembre de 2010

intolerancia/1


¿Sabe aquel de un académico que twitea y dice...?
¿Y aquél otro de un alcalde que ve a una recién nombrada en su cargo y dice...?
¿Y aquél que dice que lo que dice en su libro...?
¿Y aquél de un tipo con mucha influencia que hasta tiene un vehículo especial que viene a visitarnos y...?
Cuidado que las torpezas son penalizadas como faltas, y las faltas penalizadas como delitos, y los delitos penalizados como auténticos crímenes de lesa humanidad!
¡Cómo está el patio!
A mí igual que criticarán que no me lo tome en serio. Y en serio me lo tomo, pero no en dramático y mucho menos en tragedia.
Cierto que un tipo no se conformó con decir que se disgustó con lo que a él le pareció una muestra de debilidad, y parece que necesitó decir "vaya mierda", y ya con eso estuvo maleducado, pero caray... ¡Lo que le han dicho después a él también ha sido muy maleducado! ¿Va de esto? ¿De volver al "y tú más"?
Cierto que otro tipo se creyó que hacía una gracia con lo que no tiene mucha, pero la reacción fue desmedida, como si hubiera cometido una violación. ¡Qué desproporción! Estas desproporciones me inquietan.
Cierto que para promocionar un libro no parece necesario fanfarronear de los peores momentos de la vida de uno, y menos si luego no sabes explicar si es que fanfarroneabas tanto que ni siquiera sucedió, o si es que ahora lo modifica sólo para eludir un castigo en caso de que sí hubiese sucedido... ¿Pero es que no hay jueces y vamos a suplantarlos? ¿Y ni siquiera vamos a instruir sumario y pasaremos a la condena directamente sin juicio?
Cierto que cerrar el tránsito para que el tipo influyente venga a ver a los suyos es un coñazo para los que no le esperaban y pueden pasarse sin él, pero esto sucede muy frecuentemente con los seguidores de algunos equipos de fútbol, otros mandatarios, otras estrellas del espectáculo y otros eventos que tampoco complacen a todo el mundo. Somos muchos y diversos, y ya resulta imposible que algo nos guste a todos, pero es algo a lo que tenemos que acostumbrarnos.
Junto al parte metereológico habitual, se hace necesario otro que nos avise de la intolerancia ambiental, de los frentes calientes de resentimiento, de la necesidad de coger el paraguas verbal (para evitar quedar empapdo de insultos). Junto a las recomendaciones de prudencia al conducir con niebla o temporal de lluvia o nieve, el recordatorio de que se puede decir casi todo pero sin insultar. Y que hasta para saber el resultado final de un partido se necesitan al menos 90 minutos de juego, y que quizá esa sería una buena medida de tiempo para retrasar cualquier condena, para posponer el juicio mientras uno aprovecha el Google y lee otras opiniones divergentes de las nuestras antes de pasar a despotricar contra algo o alguien.
Tendrían que pasar más frecuentemente la obra "11 hombres sin piedad"; hay alguna versión magnífica.
Esta semana me he empeñado en un empeño casi inútil: templar. Pero siempre se me han acabado colando furibundos del todo o nada, y proclives a las etiquetas, y usuarios del insulto. Yo les equiparo a todos, independientemente de la causa que digan defender. También hago dos bandos, pero no coinciden con los suyos: en un bando pongo a todos los que se asoman a decir lo que les apetece y lo dicen con respeto. Y en el otro bando, pongo a todos los qu defiendan lo que defiendan (que casi nunca defienden nada, ya que se manifiestan sobre todo en base a lo que atacan) utilizan el insulto y la descalificación para sus objetivos. Qué sencillo y cómodo les debe resultar verlo todo con esa claridad tan suya.